Columna de opinión del representante Edward Rodríguez.
En los últimos años las ciudades han vivido un cambio, no por los retos que ofrece la modernidad, sino por el comportamiento de sus ciudadanos que han visto como los problemas de movilidad, la toma de los espacios públicos , la indigencia y el vandalismo amenaza la convivencia pacífica en las grandes urbes.
Es fácil recordar cuando se iba a los estadios en las tardes de domingo y durante las noches para arengar a los equipos, se iba en familia y se disfrutaba incluso hablando y compartiendo mientras se hacía fila para acceder a los eventos. Todo esto cambió con los años y comenzó a tornarse violento, cuando surgieron los antagonismos entre las barras, al punto que se llegó a la agresión y hasta el linchamiento por el solo hecho de vestir una camiseta o llevar el distintivo del equipo preferido. El vandalismo comenzó a hacer presencia y se empezó a hablar de apuñalados y muertos en los escenarios deportivos.
Las autoridades bajaron la guardia y las libertades se dejaron ganar el puesto por el libertinaje, la incultura y la grosería que comenzó a campear en todos los espacios. Incluso muchos de estos, se convirtieron en verdaderos fumaderos y expendios de droga y alrededor de estos sitios de esparcimiento comenzaron a pulular las bandas y pandillas que de inofensivas, pasaron a ser las auspiciadoras del desorden y del delito.
Es la realidad de una nueva época donde el vandalismo hace de las suyas en medio de una ciudadanía que se volvió permisiva y perdió ante los antivalores que hoy han sepultado las mínimas normas de urbanidad, por eso ya se convirtió en un lugar común decir que no existe respeto por los bienes públicos, los monumentos y lugares históricos que se han convertido en los orinales públicos y en los fumaderos y lugares para ventilar vicios, hoy las plazoletas históricas lucen destruidas, decrepitas y olorosas.
La cultura ciudadana, que el alcalde Antanas Mockus nos imprimió y que llegó a ser ejemplo en las grandes capitales del país y por la cual volvieron a lucir las buenas maneras y la ciudadanía sentía seguridad, fueron dejadas atrás y las modas violentas han vuelto a reinar en ciudades como Bogotá, Medellín y Cali por nombrar apenas unas pocas, donde la violencia se tomó las calles y las basuras y el desorden son la impronta.
Todo este desajuste social nos llevó a presentar un proyecto de ley al Congreso, para devolverle la tranquilidad a los ciudadanos y regresar a la cultura ciudadana, que nos permitió vivir momentos de seguridad, donde la cultura estaba por encima de ese pensamiento que ha tomado vida y que se ha vuelto el azote de la convivencia, “El todo Vale” y la cultura del dinero fácil, que no puede seguir dirigiendo el futuro de nuestra sociedad.
Llegó el momento de ponerle orden a las ciudades y aunque algunos discrepen, esto solo se puede alcanzar a través de imponer castigos, multas pecuniarias y cárcel para los infractores, todo esto acompañado de políticas públicas de prevención del delito a través de propuestas culturales que permitan restituir el orden perdido.
El irrespeto por el peatón a la hora de pasar una calle, el desconocimiento de las cebras, los semáforos convertidos en lugares de venta y proclives para el asalto. Hay medidas y el Congreso tiene la palabra, pero no ha querido debatir los proyectos que podrían ponerle coto situaciones que poco a poco nos llevan a la anarquía.
Uno se pregunta si al Gobierno nacional y distrital no le causa ningún resquemor que los jóvenes se sigan hundiendo en el submundo de las drogas y el vandalismo a diario se salta las normas de convivencia y se siguen colando más de 200.000 personas en el transporte público, mientras las riñas y los atracos a diario se ensañan con las ciudades.
Coletilla
Mientras el Gobierno sigue enfrascado en los diálogos de la Habana, las ciudades continúan siendo presas de la delincuencia y el vandalismo, una problemática que no da espera y que debe ser enfrentada para devolverle la seguridad a las personas de bien, que siguen siendo la mayoría de los colombianos.