Estábamos enterados de que para lograr un acuerdo de paz con las Farc no contábamos con el apoyo del ex presidente Andrés Pastrana Arango. Es una lástima, porque tiene audiencia en la opinión pública y es uno de los jefes naturales del Partido Conservador. También es de las personas que más sabe del conflicto armado interno y tiene en su haber intelectual y político una notable experiencia en lo que fueron los diálogos en El Caguán.
Conociendo muchas de sus observaciones sobre las diligencias que se adelantan en Cuba y las nuevas expresadas en su artículo para el diario El Tiempo, es válido reflexionar sobre ellas para que los colombianos tengan la oportunidad de formarse una opinión lo más cercana posible a la verdad. Lo hará el gobierno, sin duda, en las lúcidas explicaciones de sus asesores a propósito de la Jurisdicción Especial para la Paz, lo que no impide que con observaciones elementales también se puedan cuestionar los comentarios del expresidente.
Padecemos una guerra eterna y perversa.
Sufrimos un conflicto violento de 51 años, consecuencia de las fragilidades del sistema político, del modelo social y económico vigente, y de que cuando se buscó superar la violencia de hace 70 años, que dejó trescientos mil muertos, quedaron delicados asuntos sin resolver y demasiados cabos sueltos.
La semana pasada en el Foro de la Universidad del Rosario y El Tiempo escuché a Humberto de la Calle decir, “no creo en la teoría de las causas objetivas, pero algo debe pasar en el país cuando no hemos podido terminar una guerra de medio siglo”. El jefe negociador tiene razón cuando afirma que el país sufre males tan graves que no le han permitido doblegar a la subversión. Por eso de lo que se trata en Cuba es de ponerle fin al conflicto para comenzar a buscarle solución a nuestras flaquezas, ciertas, lacerantes, recurrentes, eternas.
La guerrilla no ha sido derrotada.
En Cuba no se está negociando una rendición de las Farc, sino acordando unas determinaciones para que abandonen la lucha armada. También lo intentó el doctor Pastrana en El Caguán, por lo que sabe a ciencia cierta que es tarea complicada y que la solución no llega por las vías corrientes ni aplicando la Justicia Ordinaria.
Soy testigo del interés del doctor Pastrana por alcanzar la paz con las Farc. Su esfuerzo no prosperó. Lástima, porque en los 15 años que desde entonces han transcurrido murieron por causa del conflicto 30.000 colombianos, muchos resultaron lisiados, dos millones de desplazados se sumaron a las desgracias de nuestros campesinos, ocurrieron miles de secuestros, la economía sufrió graves daños y millones de colombianos siguieron en la pobreza porque una parte importante de los recursos públicos tuvieron que invertirse en hacer frente al conflicto. Lo mismo pasará en los próximos 10 o 20 años si no se alcanzan los acuerdos ahora.
¿Qué nos toca hacer? Lograr unos acuerdos dentro de la institucionalidad, para que la guerrilla abandone los fusiles y entre al sistema, que con Farc o sin Farc requiere importantes modificaciones.
Se requiere una Justicia especial para la paz.
Para lograrlo se necesita una Justicia especial, que no se está inventando en Cuba y ya ha sido aplicada con éxito en otras latitudes. Se le llama Transicional y sus aspectos prioritarios serán definidos por los colombianos mismos, en las decisiones del gobierno y su comisión negociadora, en el plebiscito por la paz y en el Congreso de la República. No es cierto que se vaya a hacer lo que ordenan las Farc. Se hará lo que se negocie y se apruebe.
Nadie, teniendo organización y mando, armas y base social, siendo conocido internacionalmente y teniendo la capacidad de hacer daño y de poner en jaque a la institucionalidad, abandona su accionar para entregar las armas e ir a la cárcel por una eternidad. Ni bobos que fueran, y sabemos que no lo son. Acepto que es posible vencerlos con la fuerza legítima del Estado, pero ¿cuándo? ¿Es responsable esperar, a un costo tan alto de vidas y daños?
Algo que nunca se examina con cuidado es que la guerra pervierte a todos; que la guerra corrompe a todos. Esta larga confrontación ha dañado a mucha gente buena y a sectores de lo institucional. Mucho se dice que ya la guerrilla no tiene ideología y tal vez sea verdad; ¿no estará pasando lo mismo a este lado, a lo que se llama legitimidad?
No hay que mirar al conflicto armado como un asunto aislado. ¿Estamos orgullosos de lo que ha pasado en nuestros 200 años de vida republicana, que han sido de violencia? ¿No será que la violencia nos ha trastornado, envilecido y empobrecido? Miremos lo que tenemos hoy: desigualdad, pobreza, desplazados, ignorancia, una sociedad enferma mental y físicamente, corrupción, guerrilla, Bacrím, narcotráfico, delincuencia común y desprestigiados el Congreso, la política, la Justicia, los gobiernos, los órganos de control y la organización electoral. Hay que comenzar por acabar el conflicto guerrillero. Si no se pudo a la fuerza, hacerlo a las buenas.
Nada se está inventando.
Es injusto creer que los encargados del proceso en Cuba son unos irresponsables que están traicionando a la patria. El Presidente Santos y su gobierno, así se esté contra ellos, no pueden motejarse de ignorantes, insensatos o incompetentes. Eso tampoco se puede predicar de De La Calle, Jaramillo, los Generales y demás integrantes de la Comisión Negociadora. No están entregando el país, sino luchando por mejorarlo.
El indulto y la amnistía son instituciones jurídico-políticas que han existido y existen en todas las latitudes del mundo. Igual se reconoce al delito político, lo mismo que se acepta la conexidad como herramienta para identificar la causa de algunos comportamientos y definir la naturaleza del reproche social e institucional por las faltas cometidas. Están en nuestro constitucionalismo. Recuérdese que en 1982 el Congreso aprobó una amnistía incondicional. Lo de ahora es diferente.
No es la primera vez que en Colombia se habla de jurisdicciones especiales. Las hemos tenido y existen en la Constitución. Sencillamente la naturaleza del esfuerzo que hoy se hace para alcanzar mejores niveles de convivencia requiere una Justicia especial, para hacer tránsito de la subversión y la ilegalidad a la democracia constitucional y a la legalidad. De ninguna manera se está creando un Tribunal con funciones constitucionales. Solo el pueblo, una Constituyente y el Congreso pueden tener tales atribuciones.
La Justicia Transicional no prodigará ilegalidades ni impunidad. Creará formas distintas de sancionar y encontrará maneras diferentes de reparación, de resocializar, de preparar a los insurrectos para la convivencia democrática. En nuestro régimen penal existe la libertad provisional, la libertad condicional, la condena condicional, la rebaja de penas, la extinción de la acción penal y el principio de oportunidad. Nuestra historia está llena de acuerdos de paz, de armisticios, de indultos, de colonias agrícolas, en fin, de formas diferentes para lograr la paz. Pero esta vez tiene que ser definitiva. Impunidad la que hoy existe en lo Penal, superior al 90%.
No hay por qué alarmarse si los subversivos quieren blindarse hacia el futuro en materia de Justicia y buscar seguridad personal. Casos se han visto, aquí y en otros lugares, en los que se derogan los compromisos y se violan los acuerdos. Eso no puede ocurrir ahora.
Entendimiento, convivencia y paz.
Vivimos tiempos para la paz. Ojalá el doctor Pastrana y otras altas personalidades adviertan que no es la actual una época de normalidad. Es sofístico decir que gozamos momentos gratos de convivencia y que tenemos una democracia ejemplar. Donde tiene más valor un fusil que una idea, no hay democracia. Donde los recursos de la sociedad se gastan para sostener una confrontación violenta, no hay democracia. Donde hay que matar para mantener el sistema político, no hay democracia. Tampoco existe donde campea la inequidad y la exclusión. No es que seamos el peor país del mundo, pero con paz podremos ser uno de los mejores.
El Presidente Santos debe seguir con su empeño. Es notable que muchos Partidos Políticos que no le son afectos o están en la oposición valoren y apoyen su esfuerzo por la paz. Las fuerzas políticas, sociales y empresariales que aún no lo hacen, debieran seguir su ejemplo. Hay que encontrar la convivencia, a la cual solo llegaremos si se negocia con los enemigos. Fue por eso y para eso que Abraham Lincoln sentenció: ¿Acaso no destruimos a nuestros enemigos cuando los hacemos amigos nuestros?